NO ES TU PALABRA, ES TU PRESENCIA...
De mi perro aprendí que cuando alguien ha tenido un mal día, no hace falta más que guardar silencio, sentarse cerca... y acompañarlo...
A veces sólo se trata de quedarnos cerca y en silencio.
Muchos confiesan no saber cómo calmar a alguien que sufre, sin bien las palabras ayudan... lo que más tranquiliza es una simple presencia silenciosa, atenta a lo que el otro tiene para decir, permitir que se desahogue, teniendo la mirada apacible y amable... la caricia ocasional si vemos que el otro la necesita, o la pide.
Contener sin decir mucho no es una habilidad, es un modo de ser que todos podemos aprender si tenemos el real deseo de saber acompañar al que sufre.
Un tono de voz sereno siempre aplaca las angustias y los miedos del otro. Lo ayuda a ver todo desde un ángulo nuevo. El miedo toma dimensiones diferentes, disminuye su fuerza... y toma más poder la capacidad de reflexionar en armonía, de confesiones necesarias de compartir, la persona por fin se va sosegando, armonizando, equilibrando... y reencontrándose con ella misma, porque se sentía perdida.
Un perro no habla... sólo te mira atento, te acaricia con tu pata torpe pero cariñosa, te trasmite tranquilidad con sus atenciones silenciosas, te da su mejor energía que funcionará como un paliativo, como un sedante para tus nervios, sin decirte nada te trasmite mucho...
Por eso recuerda: sólo con tu simple presencia puedes cambiar vidas y amortiguar malos momentos...
Únicamente necesitas aprender a creer en la idea... y ponerla en práctica...
Ps. Patricia Cabrera Sena
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